Sobre la crueldad

HCH-9-LOGO-JIANGYN-RD HCH 9 / Marzo 2016

Sobre la crueldad, por Eugenio Sánchez Bravo

crueldad-2

(Kill Bill, Vol. 1, Quentin Tarantino, Miramax, 2003)

En la Gran Dolina, en Atapuerca, hubo hace unos 450.000 años un campamento de Homo Heidelbergensis donde se han encontrado pruebas de canibalismo infantil. ¿Significa eso que la crueldad es algo inscrito en nuestro ADN?

La forma en que nuestras democracias occidentales, herederas de la Ilustración y el Positivismo, enfrentan la cuestión implica un no rotundo a esa pregunta. Por lo general se considera que la cultura y la ciencia nos alejan de la  barbarie, de ese ser primitivo que fuimos y del que nos avergonzamos. El progreso tecnológico es una evidencia y lo mismo ocurre con nuestra vida moral y nuestras costumbres políticas. Una sociedad es tanto más “avanzada” cuanto antes borre los rituales asociados a la crueldad. En cualquier caso piensa en la siguiente paradoja: ¿sabías por qué el waterbording se considera una forma aceptable, “civilizada”, de tortura? Pues porque la sangre no va incluida en el ritual: No blood, no foul. Otra paradoja: ¿por qué prohibir las corridas de toros es un signo de progreso y al mismo tiempo disfrutamos con la última de Tarantino o un shooter tipo Dead Trigger? Otra vez: No blood, no foul. Luego, con Baudrillard, retomaremos esta idea.

En Más allá del bien y del mal, La Genealogía de la moral y El crepúsculo de los ídolos Nietzsche ofrece una visión completamente distinta del problema:

Casi todo lo que nosotros denominamos cultura superior se basa en la espiritualización y profundización de la crueldad –ésa es mi tesis; aquel animal salvaje no ha sido muerto en absoluto, vive, prospera, únicamente se ha divinizado. (…) Lo que disfrutaba el romano en el circo, el cristiano en los éxtasis de la cruz, el español ante las hogueras o en las corridas de toros, el japonés de hoy que se aglomera para ver la tragedia, el trabajador del suburbio de París que tiene nostalgia de revoluciones sangrientas, la wagneriana que aguanta, con la voluntad en vilo, Tristán e Isolda, –lo que todos ésos disfrutan y aspiran a beber con un ardor misterioso son los brebajes aromáticos de la gran Circe llamada Crueldad. Nietzsche: Más allá del bien y del mal. Sección séptima: Nuestras virtudes, p. 228.

Según Nietzsche, el “animal salvaje” que fuimos hace miles de años vive y prospera dentro del Sapiens actual. Ocurre simplemente que la crueldad se ha institucionalizado y refinado. Se la reconoce como intrínseca a la naturaleza humana y la sociedad diseña rituales más o menos sofisticados para satisfacerla. Es curioso que Nietzsche mezcle a Wagner con las corridas de toros. Alimentamos nuestro lado dionisiaco, nocturno, contemplando el espectáculo del sufrimiento porque así es la vida: azar, caos, sangre, destrucción, tragedia. Sin estos elementos no existiría la belleza.

A continuación Nietzsche explica que no solamente se disfruta de la crueldad proyectada hacia el exterior, como ocurre en la ópera o en los toros. El éxtasis también se da cuando la crueldad se desvía hacia uno mismo. “En el hacerse-sufrir-a-sí-mismo se da un goce amplio, amplísimo”. Vale igual la automutilación religiosa o la renuncia pascaliana a la razón. En ambos casos experimentamos esos “peligrosos estremecimientos de la crueldad vuelta contra nosotros mismos.”

Pero Nietzsche no se detiene aquí. El conocer mismo es ya un acto de crueldad. La filosofía es un ejercicio de crueldad:

…el tomar las cosas de un modo profundo y radical constituye ya una violación, un querer-hacer-daño a la voluntad fundamental del espíritu, la cual quiere ir incesantemente hacia la apariencia y hacia las superficies, –en todo querer-conocer hay ya una gota de crueldad. Nietzsche: Más allá del bien y del mal. Sección séptima: Nuestras virtudes, p. 229.

En definitiva, a la pregunta que planteaba arriba acerca de si tenemos la crueldad inscrita en el ADN, la respuesta de Nietzsche es un sí duro, polémico y de consecuencias impredecibles.

Ver sufrir produce bienestar; hacer sufrir, más bienestar todavía –ésta es una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso, humano, demasiado humano, que, por lo demás, acaso suscribirían ya los monos; pues se cuenta que, en la invención de extrañas crueldades, anuncian ya en gran medida al hombre y, por así decirlo, lo “preludian”. Nietzsche: La genealogía de la moral, Tratado Segundo, § 6, p. 87.

¿Es por esta razón el hombre un ser despreciable? ¿Tiene razón el pesimismo cristiano cuando sitúa lo mejor del ser humano en el alma y la otra vida? ¿Tiene razón Schopenhauer cuando nos invita a abandonar la eterna rueda de la vida y negarnos a nosotros mismos? ¿Tienen razón todos los pesimistas?

Nietzsche responde justo lo contrario. Las guerras y todas las atrocidades que padecen los hombres son, en realidad, un festival para los dioses. Y también para el poeta y el artista, constituidos más “divinamente” que el resto de los mortales.

Es más, ¿cuál es el origen de esa fantasía que llamamos “alma” o “mala conciencia” o “sentido de la culpa“? Cuando el instinto de la crueldad revierte hacia atrás porque “ya no puede seguir desahogándose hacia fuera” surge ese ensueño tenebroso que llamamos alma que pone al hombre en guerra consigo mismo. Al separarnos de nuestro pasado animal se puso en marcha la peor dolencia de la humanidad, la compasión y el sufrimiento del hombre por el hombre mismo. “La voz de Dios” no es más que el instinto de crueldad reprimido.

La única salida a este atolladero es, según Nietzsche, el arte, la tragedia. En el arte el poeta muestra “el estado sin miedo ante lo terrible y problemático”. Ante un destino adverso, una causa perdida o un problema que causa espanto, el héroe muestra el camino. Sin miedo.

En su libro La transparencia del mal el filósofo francés Jean Baudrillard se enfrenta al mismo problema que Nietzsche pero más de un siglo después. La variante ilustrada-positivista acerca de la crueldad ha triunfado definitivamente. Se ha globalizado. Avanzamos hacia una sociedad aséptica donde la violencia es siempre la del otro (“terrorista suicida”, “fundamentalista islámico”, “narcotraficante”) y nunca la nuestra. Las bombas inteligentes y los aviones de combate no pilotados (drones) nos eximen de toda culpa. Baudrillard sospecha que tras esta cirugía para extirpar el mal se encuentra el mal verdadero. La violencia blanca del videojuego, del nice-shot, de los modelos matemáticos que rigen el mercado financiero, del terrorismo de Estado convertido en rutina (“La Casa Blanca elige cada martes a qué terrorista matar en secreto, asegura Assange”) es el auténtico peligro. Supone una deriva hacia una forma nueva de fascismo.

Se blanquea la violencia, se blanquea la historia en una gigantesca maniobra de cirugía estética al término de la cual sólo existen una sociedad y unos individuos incapaces de violencia, incapaces de negatividad. Ahora bien, todo lo que ya no se puede negar como tal queda entregado a la incertidumbre radical y a la simulación indefinida. Baudrillard: La transparencia del mal, p. 50.

El niño-burbuja es la prefiguración del futuro, de la asepsia moral, del exorcismo total de los gérmenes, que es la forma biológica de la transparencia. Es el símbolo de la existencia al vacío, privilegio hasta ahora de las bacterias y las partículas en los laboratorios que cada vez será más el nuestro; prensados al vacío como los discos, conservados al vacío como los congelados, muriendo al vacío como las víctimas del empecinamiento terapéutico. Pensando y reflexionando al vacío como lo ilustra en todas partes la inteligencia artificial. No es absurdo suponer que el exterminio del hombre comienza con el exterminio de sus gérmenes. Tal como es, con sus humores, sus pasiones, su risa, su sexo y sus secreciones, el propio hombre no es más que un sucio y pequeño germen, un virus irracional que altera el universo de la transparencia. Cuando sea expurgado, cuando todo haya sido expurgado y haya sido eliminada toda la contaminación social y bacilar, sólo quedará el virus de la tristeza en un universo de una limpieza y una sofisticación mortales. Baudrillard: La transparencia del mal, p. 66.

Como hemos visto, sospechar de la confianza ciega en el progreso científico-ilustrado está más que justificado pero, por el momento, no veo más alternativa que la deriva violenta de Nietzsche o la parálisis escéptica de Baudrillard.

Una versión actualizada de las conclusiones de Nietzsche está presente en The Fight Club (David Fincher, 1999), película basada en la novela de Chuck Palahniuk de 1996.

eugenio sanchez bravo Eugenio Sánchez Bravo, Plasencia, 11 de febrero de 2013

Publicado en Aula de Filosofía el 11 de febrero de 2013

Bibliografía

Friedrich Nietzsche:

Más allá del bien y del mal. [Trad. Andrés Sánchez Pascual]. Alianza Editorial, Madrid, 1988.

El crepúsculo de los ídolos. [Trad. Andrés Sánchez Pascual]. Alianza Editorial, Madrid, 2002.

Ecce Homo. [Trad. Andrés Sánchez Pascual]. Alianza Editorial, Madrid, 1988.

La genealogía de la moral. [Trad. Andrés Sánchez Pascual]. Alianza Editorial, Madrid, 1986.

Jean Baudrillard:

La transparencia del mal. Ensayo sobre fenómenos extremos. [Trad. Joaquín Jordá]. Anagrama, Barcelona, 1991.

El crimen perfecto. [Trad. Joaquín Jordá]. Anagrama, Barcelona, 1996.