Proyecto Amicitia: Trazas históricas de la amistad excepcional. Primera parte: Pre-modernidad. I. La amistad en la secta del perro y la secta de los matemáticos

hch-14-prioritaires HCH 14 / Enero 2017

Proyecto Amicitia: Trazas históricas de la amistad excepcional. Primera parte: Pre-modernidad. I. La amistad en la secta del perro y la secta de los matemáticos, por David Cerdá

La amistad es un fenómeno humano complejo e importante. Como tal, cabe abordarla desde muy diversos flancos: sociológico, psicológico, etnográfico, etcétera. La latitud y los tiempos han moldeado decisivamente esta relación que los seres humanos entablan entre sí, haciendo difícil hablar de una sola y unívoca amistad. Con todo, la filosofía aspira a una aproximación universal a los fenómenos humanos, una mirada holística que abarque sus diversos condicionantes y manifestaciones. En base a esta intención nace este proyecto, que mediante una docena de muy breves ensayos pretende desglosar, durante los próximos dos años, un tipo muy específico de amistad a la que denominaremos amistad excepcional.

Entenderemos por amistad excepcional aquella manifestación de la amistad que sobrepasa lo lúdico e incluso lo afectivo, para adentrarse en lo trascendental. Hablaremos por tanto no solo de una amistad que por relevancia e intensidad es sin duda una forma de amor, sino que también nos referiremos a una relación que sobrepasa toda consideración de beneficio mutuo, para convertirse en una propuesta moral que, aunque implementada à deux, supone una toma de postura sobre cómo debería funcionar el mundo. La amistad excepcional es sin duda una práctica, y su fenomenología es crucial; pero también comporta una serie de valores que sirven de base y conditio sine qua non para que aquella se produzca.

Esta amistad excepcional existe, ha existido siempre, y siempre existirá. Por supuesto, es muy minoritaria; pero eso no menoscaba en modo alguno su realidad. Es una amistad que no sabe de fronteras, ni es privativa de occidente u oriente; por más que, como veremos, las distintas corrientes de pensamiento la hayan coloreado de manera distinta. Nuestro campo de exposición, aunque más abundante en autores del canon de este lado de los Urales, reflejará esta diversidad y viajará, aunque sea fugazmente, a la India o a China; por lo demás, oriente está muy presente en autores occidentales como Schopenhauer o los Trascendentalistas de Nueva Inglaterra.

La aproximación se hará en dos tiempos: el primero, en torno a las manifestaciones pre-modernas, se expondrá en el presente año; en 2018 verán la luz las aportaciones atribuibles a la Modernidad. Aunque muchas de sus versiones más egregias estén ya de forma completa en la antigüedad, se entiende que el paso de los siglos, con su carga de reflexión y su poso cultural, han ido añadiendo factores de comprensión y matices valiosos. De ahí que la figura de esta amistad excepcional no quede suficientemente explicitada hasta el final de nuestro viaje (necesariamente inconcluso).

El proyecto repasa la historia, pero no es un ejercicio académico o filológico. Quiere mostrar un devenir para sacar conclusiones para nuestro ahora. La amistad excepcional es una fuente de sentido indudable para quienes la practican: conocer lo que dijeron e hicieron quienes la vivieron y hablaron de ella es una manera poderosa de configurar el propio comportamiento y los propios valores para su ejercicio corriente. La tarea, en un tiempo posterior a la Entzauberung der Welt que con trazo firme Weber delinease, no es sencilla; pero sin traza de ingenuidad se adelanta que es posible, pues la misma existencia del vehículo de estas reflexiones, la revista digital Humano, creativamente humano, surge de una amistad de este tipo.

Escribe Jaime Gil de Biedma en Las afueras VI:

Que no quiero la dulce

caricia dilatada,

sino ese poderoso

abrazo en que romperme.

La amistad excepcional es fuente de vida y de esperanza para un mundo acosado por la cerrazón, el egoísmo y la avaricia, un mundo a pique de quedar desintegrado por amenazas globales que nacen y crecen a partir de nuestros citados vicios. La política, solución específica que los humanos hemos creado para solucionar nuestros problemas de convivencia, se nos muestra impotente, y a ratos intolerable, casi siempre sobrepasada por las circunstancias. La amistad no puede ni debe tomar su testigo, porque su alcance es otro. Pero mientras la polis se debate entre la vida y la muerte, y hasta si vemos una sustancial mejora de nuestros públicos asuntos, y ya que Eros sigue haciéndonos pasar sus malas pasadas, ¿por qué no optar por una forma de interconexión que sea ética, mire al frente con valentía y además nos nutra en nuestra frágil e inestable condición?

¿Por qué no la amicitia, como un pilar de nuestro vivir?


 

Amicitia. Primera parte: Pre-modernidad

Mircea Eliade presentó al mito como un precedente ejemplar, como summa pedagógica de la humanidad. La amistad excepcional también tiene sus propios mitos. Estimo que su despliegue, descripción y análisis, pueden contribuir, de un lado, a componer una imagen aproximada, aunque suficiente, de a qué nos referimos con «amistad» en esta tesis, y de otro, a ir coleccionando alegaciones para la defensa que estamos intentando plantear: para su candidatura a locus desde el que emprender una aventura espiritual. Es mi intención desvelar, con los ejemplos históricos y filosóficos que siguen, la existencia de cierta amistad, de trazo universal, que nos habilita a pensar que estos poderes trascendentales (en el sentido siempre de habilitar para que el hombre trascienda) de la amistad son no ya posibles, sino reales e identificables.

Amigos en el arrojo, en la aventura, en la audacia, en la adversidad, amigos que sacralizasen su unión e hiciesen de ella una forma de trascendencia y religación; amigos cuya amistad abría a una salida de sí con sus respectivos componentes cultuales, existenciales, morales, etcétera, han existido siempre. Ejemplos clásicos de amistad fueron los de Damón y Pitias, Orestes y Pílades, Euríale y Niso, Harmodio y Aristogitón, Gilgamesh y Enkidu, Teseo y Piritoo, Lelio y Escipión el Africano, Hércules e Hylas. Sabemos de ellos por los aedos, y en ciertos casos, por los historiadores. Forman parte del imaginario común de la humanidad, y han inspirado, como es el caso siempre con los mitos, multitud de prácticas reales. Algunas de ellas han sido reflexionadas, generando textos que nos permitirán dar forma a la amistad a la que quiere referirse esta serie de ensayos breves. Constituyen, en cualquier caso, historias ejemplificantes de lo que ha sido una constante, aunque sea minoritaria, en la historia de la humanidad.

Lo que sigue no será, en cambio, una colección de biografías al modo de las paralelas vidas de Plutarco. A fin de exprimir las lecciones disponibles a propósito de qué pueda ser eso de la amistad excepcional, repasaré ante todo las principales corrientes de pensamiento que le han dedicado reflexiones de calado. Siempre con la idea de refrendar dichas ideas en cierta práctica efectiva que permite concebirlas como algo más que una relación afectiva, llegando hasta lo trascendente. Aspiramos a un conocimiento basado en experiencias reales y vivas y no en una mera intelectualización, que sería muy alicorta cuando tratamos fenómenos tan vívidos como el que abordamos. Nos contentaremos, en todo caso, con un esbozo de las distintas propuestas históricas; una visión de conjunto y unas líneas maestras.

I. La amistad en la secta del perro y la secta de los matemáticos 

Pudiera sorprender traer a la secta del perro, a los kynikós, como primer exponente histórico de esta amistad excepcional a la que tratamos de dar forma. Pero lo cierto es que, entre los cínicos, a pesar del pathos que les fue característico, la amistad tuvo una enorme importancia. Formó parte del modo de vida de los seguidores de esta escuela, de su forma esencial de estar sobre el mundo. Como refiere Pedro Pablo González Fuentes («La amistad desde la perspectiva y experiencia de los cínicos antiguos»), se nos dice no solo de Antístenes sino de los cínicos en general que afirmaban que quien ha alcanzado la sabiduría es digno de ser amado y que los sabios son amigos entre sí. El cínico —se nos dice también— se caracteriza precisamente, como buen perro, por ser capaz de distinguir entre los amigos y los enemigos.

En la misma página se cita que Diógenes habría dicho: «Yo soy un perro, pero de los de raza y de los que guardan a los amigos». Pese a su fiera independencia y su irreverente modus vivendi —presidido por el cuestionamiento de todo—, el cínico tiene la amistad por uno de sus asideros básicos, por una de las razones que justifica seguir viviendo. La practica con una gran generosidad, ayudado sin duda por la enorme independencia que se desprende de sus postulados filosóficos principales. El cínico es, por definición, un descreído, y sus mores son en ocasiones estrambóticas y provocativas; pero no dejan de constituir una comunidad ideológica cuyos miembros, de un modo u otro y sin renunciar a su radical individualidad, se apoyan entre sí.

Antístenes —sabemos de él por Diógenes Laercio y por los Fragmentos de los presocráticos de Diels— aportó diversos ejemplos sobre hasta qué punto era importante la amistad: «Esto no se lo oculto a nadie, sino que muestro mi abundancia a todos los amigos y doy a quien lo desea parte de la riqueza de mi alma». La cínica es una amistad pedagógica que no comporta tampoco ningún principio de utilidad, «al menos para el cínico ya cumplido», como indica González Fuentes. Acaso sea ese el aspecto más trascendental en la amistad entre los cínicos, lo que tiene de desinteresada, el grado en el que está a salvo de cualquier otra consideración que no sea su valor intrínseco. El verdadero cínico no necesita a ningún amigo; la proverbial autosuficiencia cínica es innegociable. Lo cual no resulta, hasta cierto punto, un problema último para la amistad excepcional, pues como se verá en sucesivas entregas, esta tiene, entre sus principios, una radical libertad y gratuidad que la alejan del concepto de «necesidad».

Puede decirse que toda traza de amistad entre cínicos tiene una base pedagógica. Algo que leemos también con posterioridad en Plotino, para quien —y en esta vena, no les habría chirriado a los cínicos— «el hombre sabio y de bien trata de mostrar al otro la preeminencia de la vida en la inteligencia, y con este propósito se convierte en el mejor de los amigos». Esta amistad es pues una suerte de mutua evangelización moral, de recíproca elevación, de asistencia bilateral en el duro oficio de vivir. El cínico tiene un agudo ojo para los aspectos más miserables y precarios del hombre, de modo que, una vez desmontados todos los falsos lenitivos, desde su a veces oscuro humanismo, piensa a menudo que la amistad es el menos inseguro de los puertos al que recurrir cuando arrecia la tempestad.

La importancia de la amistad en la práctica diaria ganará muchos enteros entre los miembros de otra secta de gran influencia en la historia: los pitagóricos. Pitágoras expuso la amistad de todos con todos, una amistad que encontraría su vehículo en el conocimiento, en la práctica filosófica, en el estudio, y en una legislación bienhechora, promotora de la justicia. Una amistad que era un componente más de la armonía universal que los pitagóricos concibieron, una traslación al ámbito interhumano de su música de las esferas: el melodioso acorde del cuerpo con la mente, de lo terrenal con lo divino, del todo con las partes, finalmente de los hombres entre sí.

Jámblico (Vida pitagórica) tiene a Pitágoras por el mismísimo inventor del término «amistad». Llega al punto de elevar la amistad pitagórica al summum de su especie. Elementos clave de esta especialísima amistad serían la confianza, lo que tiene de salvaguarda frente a las desventuras e inconveniencias que acaecen en toda vida, y el hecho de ser un instrumento ideal para mantenerse alejado de toda ira y toda pendencia. Y ello partiendo de un respeto y una actitud recta que no están exentos de reglas, ni tomados al voleo. Una amistad robusta que, como explica Aristóxeno, que conoció a los últimos pitagóricos que poblaron la Magna Grecia, queda exenta de lamentaciones, súplicas y adulaciones. Una amistad recia, que permeó todas las prácticas de los pitagóricos, y a la que ellos rindieron verdadero culto, practicándola como parte de su integral religión.

Esta amistad, expone el mismo Aristóxeno, tomaba forma incluso con los extraños, «antes de conocerse y entablar conversación». Los pitagóricos constituyeron una verdadera hermandad de asistencia y respeto mutuo, una unidad universal de concordia; fueron buenos samaritanos avant la lettre. El pitagórico Hieros Logos (La Palabra Sagrada), reza así: «Gozamos de plena libertad en el encanto de la amistad; es el estímulo de la virtud, la chispa del genio, la poesía de la vida, el camino del ideal».

david-cerda-y-daniel David Cerdá, Sevilla, 12 de diciembre de 2016

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pitagoras

(Busto de Pitágoras. Mármol. Copia romana de un original griego, siglos I-II aC. Coliseo. Musei capitolini, Roma)

[1] Este factor, el hecho de que una religión haya tenido una plasmación efectiva minoritaria, no puede ser mancha alguna para la consideración genuina de la misma como un modo de implementación espiritual. A fin de cuentas, todos los caminos espirituales genuinos (los que no se siguen por razones meramente culturales, étnicas o gregarias) son francamente minoritarios, pues comportan una fuerte apuesta personal que necesariamente es rara. Véase más adelante James sobre esto.

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