La casa del duelo, por Delia Aguiar Baixauli
A Elsa
Más vale ir a casa de duelo
que ir a casa de banquete;
porque él es el fin de todo hombre
y el que vive lo tendrá presente.
Eclesiastés, 7
Oh, muerte, qué locura testimoniarte,
soldarte como un metal a la gran reja,
incluirte, asimilarte, custodiarte,
dejar que formes parte de los dolores del mundo
como uno más. Porque no eres uno más,
eres brutal de proa a popa,
el crucero de los ingenuos viajantes
que de pronto nos encontramos con tu ruido,
los que desconocían el sentido de las palabras paliativo,
amortajar, sepulcro…
Inocentes saltamontes en el lenguaje selectivo,
brincábamos despreocupados de concepto en concepto
hasta que dimos con la rama negra,
la del mordisco,
la de la savia envenenada y el pánico.
Ahora, este vocabulario inconexo no casa con el previo,
desarraiga, nos enmudece.
Acercarse al enfermo que discrepa con la muerte,
qué gran hazaña para los inexpertos,
torpes como pianistas aficionados
cuyos dedos tiemblan.
Así me acerqué yo al cuerpo cansado
en la cama de su dormitorio,
una amapola en un vaso al que olvidaron echar agua.
Ella bebió su agua y ya no queda, no queda,
y había pétalos caídos como orejas de elefante,
inmensos, de una languidez sobrenatural.
Cuánto dilema con las frases,
las que dije y las que aparecieron luego y hubiera querido decir.
Tanteaba con demasiado respeto,
como quien tocara los lóbulos a Dios para saber si lleva pendientes,
tanto respeto…
Pero ¿acaso alguna vez se podía alcanzar lo concluyente,
la conversación absolutamente resuelta,
el punto final en el que todo se resume?
En realidad quería preguntarte si recodabas a mamá,
era tan simple…
Pero tenía miedo, un miedo inexplicable por verte así,
con la muerte entrando en tu cuerpo desde los pies
como unas medias elegantes y a la vez destructivas,
con tus manos al aire queriendo coger algo invisible.
En un momento te descubriste y vi tu sexo
oscuro y ajeno a todo, pero ya inútil,
como si hubiera cumplido su tarea y te diera la espalda,
como si quisiera marchar a otro cuerpo a ser de otra
y seguir dando vida, fiel a sus labores.
Ignoro dónde te encuentras,
quizá en el mundo abismal del entremedias
horizontal y ancho hasta los bordes,
donde posiblemente se halla la primera sombra de la verdad,
lejos ya de nuestras escuetas representaciones
mancas y sordas, sometidas al tiempo y al espacio,
obedientes a las nociones de cambio y permanencia,
cerebro cuadrado que nos limita y que definitivamente rechazamos
como el ciego que entrega sus ojos de vidrio.
Y sin embargo,
qué fácil es ahora acariciarte la frente,
besar tus mejillas y tus manos con un amor extraño,
casi de laboratorio,
una especie selecta que no se destila entre los sanos,
como el pan blanco de las cordilleras heladas que descendiera desde las alturas,
pan líquido en lugar de nieve.
Que tenga que venir la muerte para probarlo…
Y que tenga que padecer esto alguien para que el hombre despierte,
un chivo expiatorio que sucumbe
y congrega en torno a sus aullidos a la masa
de inefables incógnitas.
Pero es grande el amor que se aprende en esta escuela
donde el silencio previo a la muerte pesa,
la casa del duelo, reino de la unidad.
Allí, el delirio se mira con ternura,
los vivos se transforman en lo que creían imposible
y los héroes descansan junto a las tazas vacías.
Delia Aguiar Baixauli, Madrid, 27 de abril de 2015
PARA LEER EN PDF (pp. 85–88): HCH-4-MAYO-2015
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