Los diálogos del vermú 2: El pueblo es sabio

HCH-5-KATSU  HCH 5 / Julio 2015

Los diálogos del vermú 2: El pueblo es sabio, por David Cerdá

[Soy Sebastián, camarero del bar Sócrates, donde cada medio día nuestros parroquianos, que saben vivir, paran quince minutos para tomarse el vermú y departir conmigo. Yo tomo nota de nuestros diálogos, y los comparto con todos, por si a alguien más le pudieran entretener]

Parroquiano: Muy buenas, Sebastián: ponme un vermú.

Sebastián: Enseguida, caballero.

P: ¡Vaya tela la que se ha armado con las elecciones! El país anda descabalgado, entre tanto nuevo político. No sé hasta dónde vamos a llegar

S: ¿Le preocupan todas esas nuevas formaciones?

P: Un poco. Bastante, la verdad. Particularmente los bolivarianos. No puedo con ellos. ¿Cómo puede la gente votarles? En fin, el pueblo es sabio, eso está claro.

S: ¿Qué quiere decir con que “el pueblo es sabio”?

P: Bueno, Sebastián, es por definición. En eso consiste la democracia.

S: ¿En la sabiduría del pueblo?

P: ¡Pues claro! El pueblo nunca se equivoca; ese es el pivote de todo el sistema.

S: No lo tengo nada claro.

P: ¿Qué sugieres, que no hay que hacerle caso al Pueblo? ¡Calla, malandrín, o te empalan!

S: Bueno, no se trata de eso. Desde luego que hay que hacerle caso. Pero no entiendo por qué tendría que ser sabio el pueblo. El pueblo es soberano, que no es lo mismo.

P: Sabio, soberano, ¿dónde está la diferencia?

S: En todo. El Pueblo elige quién le gobierna, en eso reside su soberanía. Dicho de otro modo: cede su soberanía a quien le da la gana (ya que él no puede ocuparse de gobernar, porque ya no es posible), pero, ¿por qué va a querer decir eso que no puede equivocarse?

P: Pues porque si elige acierta, porque acierta elegirse. ¿No lo ves?

S: No lo veo. Digamos que yo soy libre; pero eso, ¿me convierte en infalible?

P: No tiene por qué, ciertamente.

S: Claro. Además el pueblo se ha equivocado muchas veces. El pueblo eligió a Hitler y a G.W. Bush (y que conste que no les igualo de ningún modo).

P: Y no obstante hay una cosa que se llama “sabiduría de las masas” y se explica en las escuelas de negocio. Recuerdo haber estado en un taller sobre eso…

S: Creo que se refiere a “Wisdom of crowds”, un título de James Surowiecki.

P: Ese, creo.

S: Me parece que es un mal título (o bueno, si se atiende solo a su vertiente comercial) para una idea que tiene poco que ver: como los grupos hacen mejores estimaciones que los expertos en ciertos casos.

P: Justamente.

S: No me parece que tenga nada que ver con la mejor elección de un sistema de gobierno o quienes hayan de comandarlo. Y por cierto que no se refiere a campos donde la persuasión y la emisión de opiniones y el juego de imágenes es masivo, como es el caso de la política.

P: ¿quieres decir entonces que deberían elegir otros? ¿Los sabios, los filósofos?

S: Es lo que propuso Platón, pero a él mismo no le fue nada bien con el experimento.

P: Ya.

S: Al final, todos los sueños maximalistas donde los que saben de verdad toman las decisiones resultan tenebrosos. Piense en 1984 o Un mundo feliz.

P: No me suenan. ¿Son bestsellers?

S: Sí y no. El caso: son novelas que describen distopías, mundos aparentemente perfectos donde la razón pura domina los designios, el mundo es feliz y sin azar, y sin embargo espantoso.

P: Y ¿cuál es la moraleja? ¿Que es mejor equivocarse?

S: Algo así. John el Salvaje, protagonista de la novela de Huxley, viene a decir, confrontado al hecho de un mundo perfecto pero programado y sin azar, que prefiere el error, la enfermedad y la estupidez a la (siempre supuesta) sabiduría impuesta.

P: Una idea inquietante, en todo caso, la de la soberanía popular.

S: ¿Por qué la dice?

P: Porque la masa, la turba, la gente, el populacho, es imprevisible. Ahora les da por el de la coleta y la fastidiamos.

S: Claro; la cuestión es que cualquier alternativa es peor. Creo que era lo que admitió Churchill, y mire que a Churchill la gente, así en general, tampoco debía hacerle demasiada gracia.

P: Ya. Pero si lo que cuenta es el bien común, según me han dicho que decía Rousseau, y según reflejan las constituciones modernas, ¿cómo dejar a la masa una decisión delicada, como por quién ser gobernados?

S: La clave la vio el propio Rousseau primero, y Condorcet después: que el pueblo ha de ser instruido. Es decir, que la soberanía, cuando al pueblo se lo mantiene en penumbras, es de pega.

P: Y lo pagamos todos.

S: Pues sí.

P: Me parece injusto.

S: No se lo niego. El caso es que todo revierte a la importancia de la educación. Ella es la garante final de que la democracia no quede en fuego de artificio; el único modo de aspirar a una verdadera equidad. Le cito al propio Condorcet: “el hijo del rico no será de la misma clase que el hijo del pobre si ninguna institución pública los acerca por la instrucción”.

P: Mientras tanto, los grandes políticos llevando a sus hijos a escuelas privadas, mientras zarandean la pública. Qué bochorno.

S: Estoy de acuerdo. Dese cuenta que son los mismos que alejan la filosofía de los institutos (y por lo tanto, la formación ética y política) los que ahora se quejan del auge de los populismos. No tiene ni pies ni cabeza.

P: Se acerca el Armaggedon…

S: No será para tanto, caballero. ¿Otro vermú?

david-cerda-y-daniel David Cerdá, Sevilla, 2 de junio de 2015

PARA LEER EN PDF (pp. 84–87): HCH-5-JULIO-2015