Matrimonios lábiles, parejas inciertas y una gran revolución: una mirada desde la literatura a la desigualdad entre los sexos en torno a 1800

 HCH 7 / Noviembre 2015

Matrimonios lábiles, parejas inciertas y una gran revolución: una mirada desde la literatura a la desigualdad entre los sexos en torno a 1800, por Ángel Repáraz

1 Un mar misterioso y cambiante

            El primero y principal obstáculo de la presente indagación probablemente sea el representado por los discursos hegemónicos, muy tenaces en lo que respecta a algunos de los escritores a considerar -Goethe, Schlegel- y, como sabemos, a menudo querenciosos del monopolio interpretativo. Para entrar ya en materia con un autor algo distante a nuestro propósito, para Max Scheler las teorías sobre el amor han sido erróneas hasta inicios del XIX[1], nada menos. Pues bien, aquí y sobre la base de cuatro novelas de, precisamente, esa época, examinaremos indicios significativos en los textos en busca de elementos de lo que puede llamarse una fenomenología del amor en su trasposición literaria. También, y un poco para curarnos en salud sobre la demasía de nuestra navegación, nos acogeremos a la complicidad de Schleiermacher, que en tanto que intérprete pretendía comprender al autor en estudio mejor de lo que se comprendía este mismo[2].

            La gran generación de las mujeres combativas del XVII en Francia, Madame de Sévigné por egregio ejemplo -admirable luchadora contra el prejuicio-, y del XVIII, y aquí es imperativo citar a Madame de Châtelet, tendrá continuidad en los salones parisinos y en el papel educativo y formativo de las ‘preciosas’. Ya en 1673 François Poulain de la Barre había publicado De l’égalité des deux sexes, para Luisa Posada un predecesor inmediato del feminismo ilustrado[3]. Claro que los mensajes de los ilustrados no estarán libres de anfractuosidades, y los propios igualitaristas -Kant y Rousseau- a menudo no son muy partidarios de hacer extensiva a las mujeres aquella igualdad. Parece que la política tampoco: la girondina Olympe de Gouges, que en 1791 publica una versión feminista de la Declaración universal, es guillotinada dos años después. La situación de las mujeres a lo largo del XVIII, por otro y muy esencial lado, va cambiando asimismo al modificarse un factor básico: la estructura familiar misma, que gradualmente pasa de ser la ‘familia extensa’ a la ‘familia nuclear’[4].

            Entre tanto, en Francia y en julio de 1788, tras 164 años de suspensión, se convocan los Estados Generales. El Tercer Estado modifica su nombre el 7 de julio del año siguiente, y ahora es la Asamblea Nacional Constituyente. Y comienza a actuar como tal; el 14 es el asalto de la Bastilla. Uno de los primeros textos que emite la Asamblea lleva estas palabras al inicio: La Asamblea Nacional destruye enteramente el sistema feudal[5]: como si asistiéramos en directo al final del Antiguo Régimen. Francia continúa siendo una monarquía, pero Luis XVI “sólo reina por la ley” por cuanto que únicamente la nación es depositaria de la soberanía.

2 Chaderlos de Laclos. Las relaciones peligrosas

            Si los cuatro autores que trataremos han estado, en grado vario, a la sombra de Rousseau, Choderlos ha sido rousseauniano casi con exclusividad. Admiraba sin tasa la Heloisa y el Emilio; y bien, éste es una exploración de las emociones adolescentes y su tratamiento para su socialización exitosa, si se quiere un programa educativo para la formación de seres con voluntad propia y procedentes de unas clases que ya quieren dominar la tierra. Del libro (1762), que, por lo demás, en algún paso es de un extraño profetismo -“Os fiáis del orden actual de la sociedad sin pensar que este orden esta sujeto a revoluciones inevitables, y que os es imposible el prever y el prevenir lo que puede afectar a vuestros hijos. […]. Nos acercamos al estado de crisis y al siglo de las revoluciones.”[6]-, nos interesa aquí uno de sus postulados: el ciudadano ocioso es un bribón. Lo repetirá Sieyès 27 años después y su voz retumbará en la Asamblea.

            Pierre de Chaderlos es un oficial de artillería que escribe en sus ocios de la guarnición, no sin problemas con los superiores. Por su origen y actividad Choderlos es un representado bastante típico del Tercer Estado; gracias a la intervención de Danton es en 1792 comisario del poder ejecutivo. Tiene algunos tropiezos durante el Terror; más tarde participa en la singular victoria de Valmy -Goethe estaba como observador en la otra parte- y en el golpe del 18 de brumario: Napoleón le nombrará general de artillería (1800)[7]. Movilizado para las campañas de Italia, muere de disentería en 1803 en Tarento.

            La novela, que conoció al publicarse un insospechado éxito para la época, es sustancialmente en sus 175 cartas -en discurso directo, por tanto- un informe moroso de las maquinaciones aristocráticas entre la marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont. La marquesa desea vengarse de un antiguo amante en la persona de Cécile, que ha sido prometida en matrimonio con él; el cómplice será Valmont, asimismo examante. Él, por su parte, pretende conquistar a la presidenta de Tourvel, para él un desafío puesto que es una mujer de sincera virtud. Pero sus planes son denunciados por la madre de Cécile, y Valmont arremeterá contra ella contribuyendo con la marquesa a corromper a la pequeña Cécile. Lo logra fácilmente; más tarde vence además las resistencias de la Tourvel. Pero entonces, y llevada por los celos, la marquesa le fuerza a abandonar abruptamente a la presidenta, lo que causa la muerte de ésta. Es justo cuando la marquesa declara la guerra a Valmont y revela a Darceny lo que ha sucedido a Cécile (de quien Darceny está enamorado). Este desafía a Valmont, que muere en el duelo. Pero antes proporciona a Darceny las cartas que desenmascararán a la marquesa. Públicamente infamada, ve arruinado su patrimonio y, con su rostro desfigurado por la viruela, huye a Holanda. En toda la novela un basso continuo opone el tono áspero, cínico y mundano de la correspondencia de los libertinos al estilo dulce, de indefensión casi, de los restantes intercambios.

            Al parecer, hacia 1770 los seductores habían hecho suya una denominación eufemística: los teorizadores -y practicantes- de la seducción serán llamados ahora honnêtes hommes. Era, claro, la misma nobleza parasitaria de la galantería y el cálculo: al retrato de Valmont no le falta una sola pincelada. Sade está en el subtexto de la novela, y, ya se ha dicho, Rousseau, éste desde el epígrafe mismo: “J’ai vu les moeurs de mon temps, et j’ai publié ces lettres”.

3 Excurso mínimo: un Kant poco marginal en la Alemania anterior a 1789

            De 1784 es un folleto de Immanuel Kant que resulta oportuno allegar, la Respuesta a la pregunta ¿q es la Ilustración?, publicado en la Berlinische Monatsschrift en contestación a la pregunta que un clérigo había lanzado el año anterior; el profesor lo ha escrito en Königsberg, también parte de la Prusia de Federico II. Y en él apuesta por “la marcha de la humanidad hacia su mejoramiento”[8], por “príncipes ilustrados” y por “los sagrados derechos del hombre”, también por la salvación de las almas. Y un paso llamativo: “Contesto: el uso público de su razón le debe estar permitido a todo el mundo y esto es lo único que puede traer ilustración a los hombres; su uso privado se podrá limitar a menudo ceñidamente, sin que por ello se retrase en gran medida la marcha de la ilustración.”[9] Limitación del uso privado de la razón: maravillan los equilibrios del filósofo en una autocracia que se quería bondadosa. Tendrán una larga vida en la historia alemana.

4 Una educación para la vida: Goethe y Charlotte     von Stein

            Goethe llega con 26 años a Weimar, en noviembre de 1775; el duque Karl August -el ducado es Sachsen-Weimar-Eisenach-, a cuyo llamamiento ha atendido, cuenta con diecisiete. Weimar tiene entonces unos 7000 habitantes; hay muchas viviendas pobres -artesanos, pequeños comerciantes- y los funcionarios de la corte están muy mal pagados. La capa superior, vale decir la corte, consta de unas 120 personas[10]. El recién llegado tiene ya una biografía movida; sobre todo es ya el autor del inaudito éxito que fue el Werther. Encuentra pronto a Charlotte von Stein, dama de la corte de la duquesa Anna Amalia y casada con el barón von Stein, encargado de los caballos y los establos de la corte; con sus 31 años había tenido tiempo de traer al mundo siete hijos (cuatro de ellos muertos al poco de nacer). Durante los diez años que siguen es ella la persona de referencia más importante para el poeta y una impagable ayuda en su proceso de maduración personal. En ese plan educador funge ella como una especie de superyó externalizado; del aprendizaje del novicio forma parte un alto grado de autodisciplina y, muy probable, la forma de vivir con la propia tensión sexual[11].

            El amor de Goethe por ella está documentado en unas 1700 cartas (las de ella fueron destruidas); el sustrato erótico es innegable en cada una de ellas. En 1776 ya es ella liebe, liebe Frau o goldne Frau; le envía poemas, libros, pequeños obsequios, piensa en ella sin pausa y espera ansioso sus esquelas. Goethe está puliendo sus armas (y que el marido de la von Stein haya tolerado la, después de todo, bastante inocente historia de su mujer no es nada desacostumbrado en el círculo de la nobleza de aquel Weimar). Lo que no se percibe en las cartas del poeta ni una vez son preocupaciones laborales o pecuniarias: no hay roce con el mundo (esto es orteguiano y cierto). Un hombre de 28 años envía una carta desde Goslar que es toda una minuciosa caracterización de su mundo, el mundo de quien decenios después escribirá las Wahlverwandtschaften, una novela, digámoslo ya, ahistórica en un medio no urbano y premoderno. Pero también se siente feliz de haber dado con una igual, hasta quiere que ello lo cure[12]. La historia experimentó una quiebra con los casi dos años que Goethe pasó en Italia, adonde se había escapado casi clandestinamente. Para ponerlo peor, a su vuelta de Italia metió en su casa a Christiane Vulpius, una trabajadora manual. Sólo al cabo de muchos años se restableció entre ambos la amistad, ahora hasta la muerte de ella (1827).

5 Al final la renuncia: Die Wahlverwandtschaften

            La novela se publicó en 1809, si bien la idea es bastante anterior; la gestación fue complicada y agravada por las guerras napoleónicas. El autor en una conversación de la vejez la ha llamado “mi mejor libro”, pero será prudente introducir aquí un factor de relativización. Es una novela del Antiguo Régimen, no debe engañarnos la fecha, trágica además puesto que sus cuatro protagonistas toman en serio, es decir, como principio efectivo de conducta, algo que en el propio texto queda resumido así: “El matrimonio es el comienzo y la culminación de toda cultura”[13] (Die Ehe ist der Anfang und der Gipfel aller Kultur).

            Eduard y Charlotte, un matrimonio feliz en apariencia, viven retirados en el castillo de él. Por respeto a la soledad que él ansiaba, Charlotte se ha desentendido de su hija, de un matrimonio anterior. Él desea invitar a un amigo, el capitán, al castillo; poco después también se presenta allí Ottilie, una muchacha muy sensible (y sobrina de Charlotte). Pronto se disparan las afinidades -la metáfora es de la química de entonces: la recombinación de compuestos en presencia por atracción y repulsión. Eduardo y Ottilie se atraen, Charlotte y el capitán también. Aparece un antiguo     clérigo, Mittler, amigo de la casa y vagamente especializado en resolver problemas conyugales.

            Durante un paseo a orillas del lago y en un aparte el capitán besa a Charlotte, pero de inmediato se disculpa; ella puede controlarse. Eduard y Ottilie por su parte se confiesan su amor; él está determinado a separarse de su mujer y casarse con Ottilie. Eduard espera que el cruce de las parejas arregle las cosas; el capitán entonces ha de cumplir un compromiso y se marcha. Eduard quiere ganar tiempo y se aleja asimismo, pero, persuadido por Mittler, vuelve al castillo, donde Charlotte le confiesa que está embarazada de él; fuera de sí, él decide incorporarse a la guerra.

            Charlotte da a luz. Eduard vuelve de la guerra y busca a Ottilie, que se encuentra junto al estanque del castillo con el niño; cuando él lo observa descubre un parecido sorprendente del niño con el capitán y con Ottilie: como si Eduard y Charlotte en el acto de la concepción hubieran pensado en los seres realmente queridos. Tras el encuentro desea Ottilie regresar al castillo, pero en su agitación la embarcación en que está vuelca y el niño se ahoga. Ella cae al suelo afectada de una rigidez cadavérica; posteriormente decide dedicar su vida a la expiación. Por su parte, Charlotte accede a la separación de Eduard, pero dejando en claro al mismo tiempo al capitán que no debe hacerse esperanzas. Ottilie, que ha rechazado expresamente a Eduard, vuelve sin embargo al castillo, donde une las manos del matrimonio; muy debilitada ya, acaba muriendo de consunción. Eduard sigue en la muerte a Ottilie y es enterrado junto a ella. Charlotte, por su parte, se promete cumplir el juramento que hizo al contraer matrimonio y renuncia al capitán (Benjamin: “El final deja al capitán y a Charlotte como a las sombras en el purgatorio”[14].)

            El equilibrio queda así restablecido; todos y cada uno se han enamorado de quien no debían por efecto de un poder suprapersonal del que, sin embargo, acaban sustrayéndose. Charlotte, en esto avanzada, cree realizarse sometiéndose a una ley de acuerdo con la cual una vida adulta sólo está en orden por la sanción del matrimonio. “¿No hay que calificar de cínico a un hombre que, sin tener fe religiosa positiva alguna, elabora sagaces consejos para que los sacramentos en que no cree tengan en el rito protestante que oficialmente profesa la misma avasalladora fuerza psicológica que en el rito católico?”[15], se ha preguntado Sacristán a propósito de otras actuaciones del consejero áulico, pero con interrogante aquí recuperable. Porque la renuncia (Entsagen, Entsagung) es, no se le dé vueltas, irreal y forzada: inveraz, aunque de ella se deriven conductas socialmente provechosas (los planes finales del capitán de dedicarse a obras de ingeniería, etc.). En efecto, ¿cuál es su fundamento moral? A mi juicio, la máxima aproximación a una respuesta son unas palabras de Charlotte: “Hay ciertas cosas que están en la voluntad obstinada del destino”[16] (Es sind gewisse Dinge, die sich das Schicksal hartnäckig vornimmt.) Cabe en todo caso poner esto en relación con das Dämonische que, de acuerdo con Eissler, Goethe identificó de por vida como la fuerza que lo impulsaba[17].

6 El turbión revolucionario

            El incendio francés se propaga pronto a Alemania. En abril de 1792 la República declara la guerra a Francisco II, y Prusia se pone del lado del aliado habsbúrgico. El 25 de septiembre era tomada Spira, luego Worms, luego Maguncia, luego Fráncfort. La revolución está adquiriendo ahora su faz definitiva, moderada, burguesa y belicista. En las ciudades -París, Lyon, Burdeos-, se exhibe el lujo de quienes se han enriquecido con la especulación. Pero con relación a la situación de la mujer peca la revolución del vicio original de seguir “las líneas pedagógicas trazadas por Rousseau”[18], que excluían a las mujeres del contrato social, es decir, de la educación y de la vida política. Sólo 12 años antes Sieyès había escrito: “Todos los privilegios son, pues, por naturaleza, injustos y odiosos y contradictorios…”[19]. Napoleón, cuya llegada tan íntimamente apoya el mismo Sieyès, representará precisamente la sanción legal de los privilegios, también antifemeninos.

7 Un importante publicista: Benjamin Constant

            Constant, nacido en Lausana (1767) y ulteriormente nacionalizado francés, adquiere una buena formación universitaria en Francia, Alemania y Edimburgo. En París es desde pronto un publicista republicano; termidoriano, luego con el Directorio -es redactor del programa que presenta éste en febrero de 1798-, más tarde con el Consulado, todavía más tarde con Napoleón en los Cien Días: Faguet lo ha visto “rondando en torno de los poderes con la eterna impaciencia por entrar[20]”; escrúpulos con sus compañías políticas no parece haber tenido excesivos, en todo caso. Es, con todo, un buen escritor político; de 1814 es un formidable trabajo sobre política constitucional. También es oportunista, muy esencialmente con Napoleón (llegó a verle entrevistarse con él después de Waterloo). Es condenado al exilio, pero el nuevo rey revoca la orden. En 1817 se hace cargo del Mercure de France y se declara defensor de la Carta constitucional; el gobierno lo cierra, pero él funda de inmediato otro periódico. En 1830, el año de su muerte, Luis Felipe le otorga 200 000 francos para que pueda cancelar sus deudas. Poco antes lo había nombrado para un alto cargo en el Consejo de Estado.

8 Adolphe (1816)

            La novela apareció en Londres. El muy informado Faguet no vio en ella sino un diario inventado o imaginario (composé); también se ha hablado de “una autobiografía moral” (Oliver), acaso la del burgués que emerge autoconsciente de la revolución. Escrita en primera persona, fuera de discusión están sus certeros microanálisis del ejercicio real del amor en la clase que ensaya su emancipación.

            Adolphe, un joven proclive a la reflexión, acaba brillantemente sus estudios en Alemania y abandona Gotinga para establecerse en una ciudad pequeña a la sombra de un príncipe que gobernaba avec douceur su territorio. Por una invitación a visitar al conde P*** conoce a la amante de éste, Ellénore, una dama polaca un tanto desarraigada, de sentimientos elevados y con hijos de aquél (y diez años mayor que Adolphe). Hay buenos usos sociales en el progreso de la atracción mutua, y él acaba declarándole su amor. El padre de Adolphe lo reclama; pronto empiezan las escenas y los reproches mutuos. Aunque socialmente ella se siente en desventaja, sabe tomar decisiones arriesgadas y rompe con P***. Adolphe se bate con un provocador y resulta herido; ella se establece en casa de él y lo atiende. Vuelven las escenas y las recriminaciones; y las presiones del padre de él. Adolphe huye con ella. Establecidos en un pueblecito de Bohemia, Ellénore recibe una carta del conde P***, que no desea la reconciliación, si bien estaría dispuesto a legarle la mitad de su fortuna si abandona a Adolphe; ella rechaza la oferta. El año en Bohemia se convierte en el previsible infierno para ambos, y el daño que se inflingen es irreversible. Instalados después cerca de Varsovia, Adolphe lleva una carta de recomendación de su padre para el barón de T***, ministro de Francia en Polonia, que hace ver a Adolphe que malgasta su juventud. Una noche ella, muy febril ya, advierte que se acerca el final, y, en efecto, muere; previamente él promete que no leerá una carta que ella le ha dirigido.

            La originalidad de la novela está tanto en su casi completa ausencia de las efusiones sentimentales de época como en su estructura, muy simple y de alto rendimiento narrativo: dos actantes sin apenas intervención de terceros. En 1816 el sangriento experimento napoleónico ha recibido la puntilla, y Constant hace balance intimista: unas pinceladas sobre las formas del amor en la libertad del nuevo rico.

9 Alemania es sacudida; el compromiso como solución

            La Alemania fragmentada estaba sumida en un inimaginable atraso; los transportes fluviales, por ejemplo, eran absurdamente encarecidos por aduanas y fielatos. A principios del XIX entre Hamburgo y Dresde las mercancías que viajaban por el Elba tenían que pagar derechos aduaneros 35 veces; al Este del Elba la primera carretera con firme de piedra se construyó en 1791-1793. Otra era la situación en la orilla izquierda del Rhin; Rudler, alsaciano y alto funcionario de París, formó allí cuatro departamentos administrativos (franceses) con capitales en Aquisgrán, Tréveris, Coblenza y Maguncia. Las propiedades de claustros y monasterios fueron confiscadas, las órdenes religiosas disueltas y se introdujo el matrimonio civil. Más tarde el Code Civil (1804) proclamó la igualdad formal de todos ante la ley -con más precisión: de los varones-, afianzando así la posición de las clases burguesas en las nuevas provincias. Con especial entusiasmo tomó partido cierta juventud alemana por la revolución del país vecino en sus inicios; sabemos del club político que fundan estudiantes del Stift de Tubinga llamados Schelling, Hegel y Hölderlin, y del árbol de la libertad que plantan en 1790. También Fichte, que en 1793 defiende la revolución de Francia en dos escritos anónimos, donde además exige la remoción de los privilegios feudales. Todavía en los años 20 del nuevo siglo Hegel habla en su cátedra berlinesa del “espléndido amanecer” que supuso la revolución.

            Pero se están produciendo cambios. Y más o menos por la época -agosto de 1792- en que la Convención Nacional concedía la ciudadanía de honor a figuras destacadas de la Ilustración, entre otros a Klopstock, Pestalozzi, Washington y Schiller –M. Chille, publiciste allemand; el diploma le llegó a Schiller por vías azarosas en la primavera de 1798, cuando la situación en París era muy otra-, Maguncia es ocupada por los ejércitos franceses y se funda de inmediato y con el modelo del Club jacobino francés la Gesellschaft der Freunde der Freiheit und Gleichheit, que cuenta con más de 450 miembros. El Club está en contacto con los jacobinos de París y tiene un fuerte poder de irradiación en amplias áreas de Alemania; el 24 de febrero de 1793 tienen lugar en los territorios bajo control francés las elecciones para la Convención Nacional germano-renana; son las primeras elecciones en suelo alemán que se llevan a cabo de acuerdo con los nuevos principios democráticos. Al mes siguiente declara la República de Maguncia su anexión a la Francia revolucionaria.

            No hay que pasar tampoco por alto la participación importante y activa de mujeres en la llamada Salonkultur del romanticismo temprano, que desempeñó una destacada función en la producción y la recepción de la literatura de la época. (Pero de algún modo también en Madrid. Como señala Martín Gaite (1987: 32), el salón madrileño de doña Josefa de Zúñiga o el de la condesa-duquesa de Benavente conocieron un cierto éxito; y las tertulias presididas por mujeres no eran una rareza en aquel Madrid[21]. Para completar la sorpresa, también se hablaba aquí de “sustancias” operantes en la aproximación entre mujeres y varones, “aquellas que los químicos llaman afines”[22]). Uno de los salones literarios más importantes fue fundado en Berlín por Rahel Varnhagen y Henriette Herz -judías ambas-, un ámbito urbano para el ideal novalisiano del co-filosofar o Symphilosophieren por encima de accidentes de sexo o clase (a este salón se debe también la relación amorosa de Friedrich Schlegel y Dorothea Veit).

10 Un romántico como novelista en Berlín: Friedrich Schlegel y Lucinde

            En tanto que el orden feudal del Sur y el Oeste de Alemania recibía tremendas sacudidas, Alemania del Norte, neutral desde 1795 -tratado de Basilea-, parecía confiar en quedar al margen de la guerra; pronto quedaría claro que aquella calma circunstancial[23] estaba en relación muy directa con los intereses militares de Francia. Entre tanto, el trabajo literario y ensayístico de Schiller, y particularmente de Goethe, en los años que siguieron al estallido de París patentiza su abandono de cualquier voluntad de actuación política directa -Goethe se situó siempre en una obstinada incomprensión del alcance de los sucesos de Francia-; las reformas no pueden venir sino de arriba y la belleza es el camino a una libertad un tanto abstracta (véanse las cartas de Schiller Über die ästhetische Erziehung des Menschen, de 1795, o la alusión cautelosa -y lejana: habla de la Edad Media- a los “tiranos ignorantes” en su alocución de 1789). Pues ahora despuntan los jovencísimos representantes del movimiento filosófico y literario que se va haciendo audible desde más o menos en 1794 y que conocemos como (primer) romanticismo (Berlín, o zona de influencia, con F. Schlegel, Tieck, Novalis y el teólogo F. Schleiermacher; también Schelling estaba próximo al grupo).

            También los románticos estaban muy atentos a cuanto ocurría al otro lado del Rhin. Precisamente Friedrich Schlegel, en muy conocida fórmula, había identificado “las grandes tendencias de la época” en la trinidad de “la revolución francesa, la Wissenschaftslehre de Fichte y el Meister de Goethe”. En aquel Berlín de 1799 Schlegel tiene 26 años y es ya fundador de la revista crítica Athenäum, importante plataforma del nuevo movimiento. Y ese año aparece en la ciudad una singular novelita, Lucinde; al parecer se trata en ella de la consabida vuelta a la naturaleza, según la insistencia rousseniana el lugar geométrico de las emociones vírgenes. Pero ya no quedaba mucho tiempo para virginidades: en noviembre de ese mismo año -Brumario del año VIII- Bonaparte se hace con el poder. Es el estado militar, que se prolongará hasta 1804 y que tendrá profundas consecuencias para Alemania.

            Es fama que Schlegel ha representado posiciones de simpatía por la emancipación femenina; las mujeres de la novela son a primera vista independientes y muy conscientes de sí. Miradas más de cerca, sin embargo, son personas sin ocupación, sin raíces y con escasa sustancia, administradoras de una libertad más bien ficticia. Schlegel no cuestiona la posición social de las mujeres reales de su tiempo; la Diótima del Hiperión de Hölderlin es mucho más real. Encontramos, sí, digresiones eróticas, algunas no sin lirismo. En la carta que dirige Julius a Lucinde se sienta que la mujer ha de ser ‘amante’ y ‘amiga’; el amor aquí tematizado -”inmortal”- está muy pasado por la filosofía del momento, y “todo revuelto en romántica confusión”[24]. La tercera parte incorpora unos ‘Excursos sobre lo burgués’ y la noticia de que Lucinde espera un hijo: todo desarticulado y claramente en relación con la propia teoría romántica del autor, que privilegiaba el fragmento. Los Años de aprendizaje de la virilidad vuelven después de los ‘años salvajes’ de Julius, grávidos de afán por saber, y hasta instilan una ‘sabiduría’ sobre las relaciones de varones y mujeres que desconcierta un tanto. La última parte es inconsistente sin más -y en su brillo ocasional muy cercana a Novalis-; inopinadamente Julius pretende llevar la vida del propietario de una villa en el campo. Lucinde es también autorreferente como texto -“dieser fantastische Roman”[25]-: la novela quiere explicarse cervantinamente a sí misma.

            Es un totum revolutum vigorizado por unas metáforas a veces acertadas, otras veces menos. Para Julius el amor es Arabeske, Rausch, Spiel… ¿alguna vez responsabilidad? Su contrafigura Lucinde carece de sustancia concreta o personalidad real: al final de la novela, cuando ella se manifiesta por vez primera, formula su devoción por él. En la pieza central, los ‘Años de aprendizaje de la virilidad’ -la parte pretendidamente épica de la novela-, Schlegel hace que su personaje recorra las varias fases de su propio devenir. ¿Y si esto fuera una autobiografía trunca? Porque es el caso que justo cuando llegan al final los ‘Años…’, a ojos del propio Schlegel lo mejor de la novela, el libro se deshilacha; quizá por esto la novela, que apareció como ‘Primera parte’, quedó sin continuación. La vieja malicia de Heine no ha perdido fuerza: Lucinde es una fastidiosa combinación de dos abstracciones, agudeza y sensualidad (Witz und Sinnlichkeit)[26].

11 Consideraciones generales

            La generación de los nacidos en Francia hacia 1760 está en la treintena en 1789; los procedentes de las clases medias son abogados, publicistas, médicos, escritores, funcionarios, comerciantes. En su representación política, la Asamblea Nacional, se inventan la forma francesa del parlamentarismo, de momento un orden social sin lettres de cachet ni tortura judicial (que había sido abolida en enero de 1788). La situación política adquiere pronto una enorme fluidez, y folletos como los de Sieyès recuerdan al ahora ciudadano que está asistido por unos derechos (“imprescriptibles”) hasta entonces inexistentes. B. Constant en 1789 tiene 22 años, Schlegel 16, Goethe 40 y Choderlos 48. En enero de 1793, menos de año y medio después de proclamada la Constitución (1791), que encabeza la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, es decapitado Luis XVI. Cierto que, en términos generales, es solamente a partir de la Revolución francesa que la vida de la mujer comienza a salir de la opacidad, por más que todavía sólo el varón sea constitucional y legalmente reconocido como sujeto autónomo para participar en política. Pero ya entonces algunas mujeres tantean soluciones a los problemas tradicionales que pesan sobre ellas, y que detallan: carencia completa de instrucción, mortalidad perinatal, etc. En 1792 empiezan a protestar, y ruidosamente, contra la Asamblea Nacional que las excluía.

12 Choderlos versus Constant

            El lenguaje refinado de los libertinos instrumentaliza cuanto encuentra a su paso, también la religiosidad, o su máscara. Y bien, Renan ha visto con nitidez en el mecanismo religioso de ciertas tradiciones francesas: “Si Francia tuviera un mayor sentimiento religioso, se habría hecho protestante como Alemania. Pero, al no entender absolutamente nada de teología, y al sentir sin embargo la necesidad de una creencia (croyance), encuentra cómodo tomar tal cual el sistema que halle bajo la mano, sin preocuparse de perfeccionarlo. Nada más próximo que la indiferencia y la ortodoxia.”[27] Ortodoxia, pues, pero en la indiferencia: la Merteuil, Valmont. Sólo que entre la novela de Choderlos y la de Constant está la Revolución y el vendaval que siguió, por mucho que ambos escritores hayan servido circunstancialmente a Napoleón. Así que, admitida la pautación exacta de las varias líneas de conflicto en esa obra maestra que son Las amistades..., los lenguajes, los estilemas -las frecuentes antítesis, tan del neoclasicismo educado en el latín; sólo hay que pensar en Gibbon- y las mentalidades son indiscutiblemente todavía del absolutismo; y sólo después del cambio de registro retórico que supusieron novelas como el Adolphe puede afirmarse que entramos en la modernidad.

            La pretendida incapacidad de Adolphe para amar es simple anécdota; aquí hay reflexiones muy próximas a la vida, un poco como si el autor le hubiera aplicado una lente a muy corta distancia. ¿Una apología a contrario del matrimonio burgués? Quizá, pero entonada precisamente por alguien que con mucha frecuencia ha hecho todo lo contrario de lo establecido por las conveniencias de su clase. Los libertinos de Choderlos, en el otro lado, son esperablemente seres por completo amorales; la frivolidad, el disimulo, la utilización de los otros: esa es la denuncia. Hay, por supuesto, asimismo densidad real en ese mundo (libertino), contra el que Choderlos levanta su requisitoria. Más inseguro, Constant da la impresión de que delibera constantemente sobre lo que ha de hacer Adolphe, es decir, él mismo. Hay no obstante algo en Constant que representa un paso adelante: es considerablemente más fino en la individualización de las personas por la fuerza del amor (y por sus riesgos): “Je voulus réveiller sa générosité [de Éllenore], comme si l’amour n’était pas de tous les sentiments le plus égoïste, et, par conséquent, lorsqu’il est blessé, le moins généreux.”[28] Y cuando el barón T*** llama al orden a Adolphe en Varsovia le propina un prontuario casi completo de los afanes de la nueva burguesía inimaginable en Choderlos (o en Schlegel): el imperativo es ahora atender a la carrière y las oportunidades.

13 Goethe versus Schlegel

            El radio de acción de los personajes goethianos en la novela está como prefijado por estructuras mentales un tanto arcaicas. El contraste con Schlegel sube de interés en el central tema del matrimonio: la unión matrimonial[29], que Goethe aparentemente ha elevado al ideal, es en Schlegel un asunto sin más privado. A Goethe, que ha firmado la condena de muerte de una desdichada asesina de su hijo -y aconsejando la ejecución[30]-, el compromiso burgués-cortesano parece dictarle ya la elección de un destino para sus figuras, reforzado además por su idea estática y ‘natural’ de la historia humana: el puritanismo dogmático de raíz luterana, la renuncia. Por supuesto que todavía quedaría por testar la consistencia de esa oscura potencia mítica, en ciertos pasos como feérica -véase el destino y el sacrificio final de Ottilie-, que está en la base de la novela; a lord Byron le divertía mucho la historia de la “infidelidad en la fidelidad”, y su desenlace le parecía “el colmo de la ironía”.

            Porque el empleo de la ironía está menos en el romántico Schlegel, que tanto ha escrito sobre ella, que en Goethe -y aquí habría que distinguir entre los niveles de su narración: la persona histórica Johann Wolfgang Goethe (von Goethe desde su ennoblecimiento en 1782), el yo narrador y la coherencia de las figuras literarias en y con ‘su’ vida. Como sea, la conversión de Ottilie por la vía de la completa renuncia podría leerse como la aceptación de un orden legal trascendente y abstracto. De nuevo: ¿qué ley? Lo dicho más arriba puede completarse aquí: la prescrita en el orden exterior que Goethe joven aprendió de su mentora: Ottilie como la otra Charlotte, la von Stein. Pero quizá podamos subir un escalón con Benjamin (2000:32) en “el comentario”, para someternos a su terminología, invocando lo mítico: “Lo mítico es el contenido objetivo de este libro: su asunto aparece como un juego mítico de sombras chinescas con los trajes de la época goetheana.” Y por lo mismo, y a despecho de las manifestaciones del propio Goethe sobre su novela, Benjamin (2000: 36): “Por más que su contenido [de la novela] se pueda aprehender moralmente, esta obra no contiene un fabula docet, y en la apagada exhortación a la renuncia, con la cual la crítica dócil niveló desde entonces sus abismos y sus cimas, no se la toca ni remotamente.”

            Y ya con bastante menos ironía, la timorata Alemania precapitalista pactará mientras pueda con la feudalidad ante Napoleón, o se le someterá sin más para asegurar su supervivencia (Goethe, que aborrecía intensamente la revolución, lo prefería[31]). Kant escribe en 1784: “El arte y la ciencia se han hecho cultos en alto grado. Somos civilizados hasta el exceso, en toda clase de maneras y decoros sociales. Pero para que nos podamos considerar como moralizados falta mucho todavía.”[32] ¿A qué aludía Kant aquí, era la inconcreta moralidad de Schiller o de ese Goethe ya suficiente? La resistencia a los nuevos tiempos es además enconada en cierta intelligentsia alemana: los salones de Berlín van desapareciendo después de 1806 y la berlinesa Deutsche Tischgesellschaft, que se funda en 1811 y a la que pertenecieron H. von Kleist, Cl. Brentano y el filósofo Fichte, excluía estatutariamente como miembros a mujeres y judíos.

14 Final

            Schlegel es el abanderado del romanticismo alemán temprano, y sin embargo en una idea irreflexiva y convencional del carácter romántico es Constant, lo hemos dicho, quien mejor se ajusta al tipo; frases como las que siguen, casi definitorias de la subjetividad romántica, no son una rareza en su novela: “Il en résulta en même temps un désir ardent d’indépendance, una grande impatience des liens dont j’étais environé, un terreur invincible d’en former de nouveaux. Je ne me trouvais à mon aise que tout seul […]”[33]. En Adolphe hay sin duda alguna autenticidad artística y humana, en tanto que en Lucinde no encontramos tanto arrebatos eróticos como sentimentalismo de ópera[34]. La palabra Sinnlichkeit la repite mucho Schlegel -es hasta el nombre de una muchacha-, pero son Choderlos y Constant quienes construyen conductas sensuales. Schlegel tiene muchas frases que estarían muy bien en sus Fragmente, y que en la novela chirrían. Constant es además un moralista, y lo es desde el tono sobrio y seguro de la confesión de Adolphe (también en sus escritos políticos). En fin, y con respecto a Schlegel, y seguramente también a Goethe, tiene Constant una mirada bastante más aguda sobre las múltiples ‘minicortes’ alemanas de la época, mediocres y un poco cómicas (de pasada: aquí está la premisa histórico-social del viejo cargo que Ortega hizo a Goethe: la ‘ifigenización’ de su mundo).

            De uno u otro modo, los cuatro escritores han conocido los coletazos de la revolución y lo que vino detrás, en Francia o en Alemania, y todos la han sobrevivido en bastantes años; Choderlos, el primero en fallecer, en 14 años. Y bien, la constitución republicana consagró desde pronto la propiedad, y por así decir y por implicación también la otra propiedad, la del varón sobre la mujer. Hasta se han intentado tipologías de los diversos estilos adaptativos femeninos en la literatura (la ‘virtuosa’, la ‘sentimental’, el ‘alma bella’ y la ‘abnegada”[35]: representativa del primer tipo sería la Cécile de Choderlos -no la Merteuil, desde luego-, Lucinde es un ‘alma bella’ y la Éllenore de Constant una interesante combinación de casi los cuatro tipos -por eso es más real-; abnegadas, en fin, serían Charlotte y Ottilie). Sea lo que quiera, en la novela de Choderlos se actualiza como en ninguna otra el naufragio en el mundo de las realidades del gran impulso ilustrado; en concreto, lo imposible de su virtualización en una sociedad del privilegio. Constant, por su lado, en el prefacio a su Wallstein ha sugerido la oposición entre el amor ‘a la alemana’ (más apacible) y el amor ‘a la francesa’[36] (amor-pasión, Stendhal no tardará mucho en ocuparse de ello). Pues aquí tenemos la distancia social entre la posibilidad material del amor humano afectado de las constricciones preburguesas y la libertad de algunos sujetos postrevolucionarios. Todo muy limitado en su alcance social, sin duda; la revolución, ya se ha dicho, había producido una nueva clase de ricos, pero asimismo nuevas bolsas de miseria cuando reventaron los antiguos marcos de la caridad. Constant es un psicólogo de primera para los problemas de la intimidad de mujeres y hombres de aquella clase: la que surgió con las convulsiones sociales que siguieron al 89. Y largos desarrollos de su novela tampoco están muy lejos de Baudelaire y del ‘mal del siglo’: puro XIX literario francés.

            Son cuatro novelas sobre mujeres -Choderlos, por cierto, participa en 1783 en un concurso académico sobre la situación femenina con un panfleto, “De l’éducation des femmes”-, y de un tiempo de graves crisis. Todavía falta mucho para que la política real -la legislación- incida sobre la situación de aquéllas, y hasta se acusan retrocesos: “[…] la desigualdad femenina se va a reforzar en el período post-revolucionario. Así, el 24 de junio de 1793, cuando se vota la Constitución, se excluye a las mujeres de los derechos políticos, y el 20 de octubre de ese mismo año se disuelven los clubes de mujeres.”[37] Se tiene la impresión de que de nuestros cuatro escritores es Schlegel el único que no las toma en serio (un mínimo apunte sobre su trayectoria posterior: en 1808 entró al servicio de la diplomacia de Metternich en Viena, se convirtió al catolicismo y fue ennoblecido; todo un Papa lo nombró “Caballero de la Papal Orden de Cristo”).

            En Goethe, otra paradoja, habrá que admitir según Sacristán “la sobria veracidad […] en la descripción de los hombres y su vida”[38], y “para toda sensibilidad moderna la veracidad artística […]”[39]. A enfrentar esto con el dicterio de Ortega, para quien Goethe fue “constantemente infiel a su destino”[40] (la vida auténtica, nos dice, habría sido la de un Goethe inseguro[41], “errabundo, a la intemperie”, sin Weimar). Serían por tanto dos planos separados de interpretación, que apuntarían a dos moralismos; pues bien, a propósito precisamente de las Afinidades electivas ha distinguido W. Banjamin entre el contenido de verdad (objeto de la crítica) y el contenido objetivo (objeto del comentario), cuyos correlatos categoriales, siempre de acuerdo con Benjamin, serían lo ético y lo mítico. Nuestras propias resistencias aquí procederían de “nuestra sensiblería curil y socialitaria”[42]; pero también adivinamos que con Goethe se nos está reclamando la aplicación de otra escala moral y otra aproximación analítica, una que diera razón de, pongamos, la “sublime Kälte” que Eissler, a mi juicio muy acertadamente, ve en toda su obra y a despecho de la imaginería sensual o erótica de abundantes pasos de la misma. Bien entendido que al respecto sería preciso mantenerse en guardia contra la leyenda que él ha construido de sí, como si esa irreductible personalidad hubiera querido imponer su autoversión a la posteridad.

            El modo como en cada persona cristaliza el ordo amoris, ha venido a decir bastante freudianamente Scheler, es lo que acaba por trazar su destino (social, existencial, añadimos). ¿Se han producido cambios estructurales lo bastante profundos como para que detectemos modificaciones en las relaciones entre los sexos en los más de 40 años que separan las Liaisons del Adolphe? ¿O aceptaremos la hipótesis pesimista, la de Posada cuando sostiene que las múltiples convulsiones del período han originado, en paralelo con un amplísimo empobrecimiento de las poblaciones, una considerable degradación moral, de las mujeres también, por tanto? (Daría probablemente algún resultado la comparación, para la misma época, con los no tan tímidos avances del feminismo en España, señaladamente con la moda española -en las minorías más o menos cultas, claro es- del cortejo de las casadas[43], generalizado en la segunda mitad del XVIII – como paso a lo que pocos decenios después serían relaciones extramatrimoniales más o menos consentidas. Quizá aquella degradación ha sido paralela en el tiempo con pasos de auténtica liberación por parte de las mujeres de los modelos que se les imponía).

            Al final no nos sustraemos al temor de habernos quedado en reconstrucciones hipotéticas; ¿cuánta realidad humana podemos aprehender con el proceder meramente filológico del expurgo de textos de hace dos siglos y más? Quedan, sí, hechos indisputables para cualquiera que no haya elegido la caverna: los logros y las posibilidades de emancipación civil del modelo de Estado napoleónico, el amplio desmoronamiento del orden feudal en Centroeuropa. Pero todo fue muy lento, el voto femenino se impuso en España en 1931, en Suiza en 1971…

ÁNGEL-REPÁRAZ Ángel Repáraz, Madrid, septiembre de 2015

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NOTAS

[1]   Scheler (2003: 38).

[2]   Iser (2005: 101).

[3]   Posada (2012: 27 y s.).

[4]   Posada (2012: 28).

[5]   Bois (2006: 48).

[6]   Rousseau (2010: 548 y s.).

[7]   Al parecer, Choderlos tuvo una participación importante en la invención de la ‘bala hueca’ cargada de explosivo: el obús.

[8]   Kant (2000: 28).

[9]   Kant (2000: 28). El trabajo es por tanto 11 años anterior a la aparición -póstuma- del Esquisse de Condorcet.

[10] Bertholdt (1999: 71).

[11] Bertholdt (1999: 78).

[12] Goethe (2004: 258).

[13] Goethe (2000: 306). La frase es de un parlamento algo barroco de Mittler.

[14] Benjamin (2000: 87).

[15] Sacristán (1967: 40).

[16] Goethe (2000: 360).

[17] Eissler (1987: 1286).

[18] Posada (2012: 39).

[19] Sieyès (1994: 43).

[20] Faguet, op. cit.

[21] Afectaremos a todo esto de un índice de escepticismo, cuenta habida del raquitismo de las clases burguesas de aquella España; la misma Martín Gaite (1987: 241) tiene que reconocer “la general incultura de las mujeres, que no estaban preparadas para conversar ni siquiera de amores porque nadie les había enseñado nada.” Ella misma (1987: 27) había señalado antes: “Mientras las mujeres casadas en Francia habían empezado a presidir los salones literarios, los maridos españoles se ocupaban […] de amueblar un recinto acolchado y silencioso digno de la condición de sus esposas […].” Pero algo se movía: en junio de 1785 y por primera vez en nuestra historia una mujer, doña María Luisa Quintina, recibe los grados de doctora en Filosofía y Letras humanas.

[22] Citado en Martín Gaite (1987: 116). Por las condiciones materiales en que redacto este trabajo me es imposible citar al autor, que sin embargo con certeza es de esa época.

[23] Véase el optimismo del ilustrado confiado en Schiller (1982: 50 y ss.). El discurso es el de su incorporación a la Universidad de Jena ¡en mayo de 1789!

[24] Schlegel (1985: 26).

[25] Schlegel (1995: 41).

[26] Vékony, op. cit.

[27] Renan (1995: 162).

[28] Constant (1985: 122 y s.).

[29] Pero Benjamin (2000: 20) tiene sus dudas: “La moralidad del matrimonio ha sido para él [Goethe], en su fundamento más profundo y secreto, lo menos patente. Lo que desea mostrar, por oposición a ella, en la forma de vida del conde y la baronesa, no es tanto lo inmoral como lo fútil.” La baronesa y el conde, que visitan a Eduard y Charlotte en su castillo en la primera parte de la novela, en la sobremesa se permiten chanzas sobre el matrimonio institucional, para irritación de Ottilie. De interés también Banjamin (2000: 60) contextualizando la novela en la biografía del autor: “… un año después de su casamiento, que se le había impuesto en días de apremios fatales, empezó Las afinidades electivas , con las que elevó la protesta, siempre creciente en su obra tardía, contra aquel mundo con el que su edad madura firmó el pacto.” A considerar también que en una nota de su diario de 1820 Goethe lo considera “realmente mi mejor libro”.

[30] Mayer (1987: 8).

[31] Otro estupendo ironista, Thomas Mann, ha visto en Goethe el “bürgerlicher Repräsentant”.

[32] Kant (2000: 56).

[33] Constant (1985: 54).

[34] Paulsen en Schlegel (1985: 161).

[35] Posada (2012: 32).

[36] Citado por Oliver en Constant (1983: XXIII). El escritor sabía lo que se decía; otra novela suya, Cécile, está estructurada sobre esa ‘oposición’.

[37] Posada (2012: 48).

[38] Sacristán (1967: 33).

[39] Sacristán (1967: 60).

[40] Ortega (1994 : 410).

[41] Ortega (1994: 411). El gran Ortega nos deja aquí con la miel del condicional contrafáctico en los labios.

[42] Trías (2006: 30).

[43] Martín Gaite (1987: XV y ss.).