El Nobel que se llevó el viento

hch-freud-museum HCH 13 / Noviembre 2016

El Nobel que se llevó el viento, por David Cerdá

En la primera canción del primer álbum, hace cincuenta y cuatro años, Bob Dylan se quejaba de una amante tornadiza:

Well sometimes you’re as sweet

as anybody want to be

When you get a crazy notion

of jumpin’ all over me.

Puesto que me dispongo a argumentar que la concesión del Nobel al hijo predilecto de Duluth es una mala idea, vaya por delante que lo considero un genio, un artista absoluto y un músico sin par. No me mueve, por lo tanto, animadversión alguna contra su persona (ocurre más bien lo contrario), y el debate concierne más bien a qué es en puridad la literatura.

Los premios literarios, señaladamente el Nobel, están destinados a premiar obras específicamente literarias, como los de música premian la música —de ahí la colección de Grammys de Dylan— y los fílmicos, las películas. Este último arte, que se sabe multidisciplinar, premia separadamente las distintas expresiones que concurren, y por eso Dylan tiene también un Oscar y un Globo de Oro. Pero los premios literarios están destinados a reconocer la labor específicamente literaria, más allá de que a veces se circunscriban a este o aquel género.

La literatura, dice la Encyclopaedia Britannica, es

a body of written works […] imaginative works of poetry and prose distinguished by the intentions of their authors and the perceived aesthetic excellence of his execution.

El Dylan específicamente escritor (Once epitafios esbozados, Últimos pensamientos sobre Woody Guthrie y unas pocas obritas más) es escaso y muy menor, difícilmente defendible como un literato de altura, y a buen seguro no ha sido leído ni por uno de cada diez de quienes estas últimas semanas han jaleado este evanescente Nobel de 2016. El Dylan letrista es esencialmente un músico, y aunque su voz no merezca la pena, juega con ventaja y en otro campo que no es el literario, salvo en un sentido lato. Así las cosas, premiarle mete a la Academia Sueca en un lío considerable, porque hay artistas plásticos que basan su obra en la palabra y hasta el cine tiene un elemento insoslayable literario que no sé cómo se podrá obviar a partir de ahora sin estar batallando una constante polémica.

La ópera es un ejemplo claro: como ya no existen escritores de ópera a la altura de los del xviii al xx, tomemos como ejemplo a Mozart. ¿Cabría la posibilidad de entregar un Nobel a Lorenzo Da Ponte por su descomunal colaboración con Mozart en Cosi fan tutte o Don Giovanni? Es literatura de primera, y sus letras, inmortales. Pero juega con ventaja, como Dylan; aquí lo vemos más claro, porque quien escribe no es quien compone. ¿Podría otorgarse un Nobel de literatura a Wagner en base a su Tetralogía? Cormac McCarthy no tiene el apoyo de las notas y la melodía, como no lo tiene Auster o el manido Murakami. Por eso no deberíamos poner a competir a quienes solo cuentan con las sordas palabras con quienes participan de un arte global entre cuyos elementos está el literario. Y de ahí que tampoco sea buena idea otorgarles el Nobel a Woody Allen, Tarantino o Billy Wilder. Cuestión distinta es si debería haber un Nobel de las artes, opción esta que seguramente sería más justa con las distintas vías expresivas de las que el ser humano se sirve para conmover, investigar y mudar su realidad.

Por supuesto que lo que hace Dylan es poesía, y de primera, pero no es solo eso, y esa es la cuestión. No se trata de ser purista, ni de rasgarse las vestiduras con los nuevos formatos; la pose anti-ortodoxa ha dejado de ser heterodoxa, y es tan propia del pensamiento único como la que más. Se trata de dar a cada arte su espacio frente a los focos, porque además de premios musicales no estamos precisamente faltos. Dylan hace trampas al ser comparado con otros poetas, porque cuenta con recursos de los que los poetas-sin-música carecen. ¿Cuántas veces habré yo deseado que alguna de mis líneas sonase como un aria de Madame Butterfly? [N.B. La filosofía, como dice Javier Gomá, es «literatura de conceptos»] Pero es imposible. Me esfuerzo todo el tiempo, y me gusta pensar que me he acercado a veces; pero nunca lo lograré, y con esa minusvalía expresiva he de vivir, como sin melodía y arreglos orquestales viven los poetas.

Los poetas-músicos juegan con un as en la manga. Nuestro inclasificable cantautor puede escribir una tonadilla resultona, como «Make you feel my love», y ver como se agranda por la acción creativa de muchos otros cantantes, hasta que llega al ángel que habita en la garganta de Adele y lo convierte en algo nuevo y sublime. En cambio, Miguel Hernández sería exactamente igual de grande aunque no lo hubiera versionado Serrat. Y en cuanto a Dylan Thomas, a quien nuestro Robert Allen Zimmerman rinde homenaje con su seudónimo artístico, ha de auparse al panteón de la belleza con la sola ayuda de sus palabras, sin piano ni cuerdas vocales que lo sostengan, haciendo cosas como esta:

The shade of their trees was a word of many shades

And a lamp of lightning for the poor in the dark;

Now my saying shall be my undoing,

And every stone I wind off like a reel.

Si lo que la Academia ha pretendido es llamar la atención sobre la calidad literaria que se esconde en otras artes multidisciplinares, bienvenido sea el premio. Pero como se ha apuntado, se ha metido en un jardín del que difícilmente saldrá airosa. Si lo que quería, en cambio, era llamar la atención, a secas, lo ha conseguido sin duda, y este premio reavivará la atracción mediática sobre el premio de los premios en el ámbito de la cultura. Sin contar con lo que debe estar riéndose el bueno de Bob.

En cuanto a todos los que en el gremio musical han hecho estos días alharacas, en plan «ya era hora que se nos reconociera como literatos», y a los que han equiparado al juglar de Minnesota con rapsodas como Homero y demás, me despido de ellos con algunas de las extraordinarias líneas de nuestro artista:

There’s a whole lot of people suffering tonight

From the disease of conceit.

Whole lot of people struggling tonight

From the disease of conceit.

Comes right down the highway,

Straight down the line,

Rips into your senses

Through your body and your mind.

Nothing about it that’s sweet,

The disease of conceit.

david-cerda-y-daniel David Cerdá, 15 de octubre de 2016