Óvulos bajo cero

HCH-2-BAUDELAIRE-PARIS-EYAL-STREETT HCH 4 / Mayo 2015

Óvulos bajo cero, por David Cerdá

El pasado mes de octubre, Apple declaró que se sumaba a la campaña de Facebook por la que financiaría la congelación de óvulos de sus empleadas. Su justificación: atraer y retener el talento femenino, y “darle poder a las mujeres en Apple para que realicen el mejor trabajo de su vida mientras cuidan a sus seres queridos y crían a sus familias”. La medida fue saludada desde el campo liberal como una mejora en los derechos de las mujeres, a más de, por definición, un incremento neto de libertad en la sociedad. Hoy queremos preguntarnos, desmenuzando estos argumentos, si es efectivamente así.

Lo primero que habría que abordar es si disponer de más opciones significa de facto incrementar la libertad. Sobre el papel, cuantas más alternativas tengamos a nuestra disposición, más libres somos. Sin embargo, tal premisa dista de ser cierta en todos los casos. Puede comprobarse con un experimento muy simple: supongamos que se nos ofrece a todos, en determinado momento de nuestra vida, la posibilidad de accionar, si queremos, una de cuatro palancas, cada una de las cuales conducirá a una circunstancia importante en nuestras vidas dentro de un decenio: que nos toque la lotería, que nos atropelle un coche, que nos veamos libres de enfermedades por treinta años o que nos ofrezcan el trabajo de nuestra vida. No sabemos qué palanca acciona qué, y podemos elegir si accionar una o ninguna de ellas. La cuestión es, ¿ha aumentado nuestra libertad disponer de ese juego de palancas? Diría que no: que el hecho de disponer de una nueva opción (alterar las circunstancias de nuestro destino), al no estar acompañado del conocimiento necesario para optar por la mejor opción, no nos ha hecho más libres.

Tampoco somos más felices tras gozar de esas supuestas opciones nuevas. Como ha señalado convincentemente Barry Schwartz al analizar “la paradoja de elegir”, no existe una correlación directa y automática entre número de opciones y felicidad. Naturalmente, hay un montón de aspectos básicos en la vida (alimento, opciones de desplazamiento, capacidad para escoger a quien dirigimos nuestros afectos, etcétera) en el que menos opciones significa más frustración. Pero, como el animal cognitivamente limitado que somos, ocurre a veces que gozar de ciertas opciones nos produce más ansiedad que satisfacción. Especialmente, como es el caso que tratamos, cuando no somos capaces de prever las consecuencias de nuestras elecciones.

El ser humano tiene unas limitaciones notables a la hora de saber cómo le va a afectar la decisión de hoy en su felicidad futura, y de hecho, tiene una fuerte tendencia a intercambiar contento para mañana por contento de hoy. Eso explica por qué somos un animal que se arrepiente con tanta frecuencia de sus actos, y por qué caemos en compulsiones y adicciones varias con relativa facilidad. El dulce de hoy mejor que el no colesterol de mañana; desmontar esta propensión requiere de un carácter al que no contribuye nuestra constitución natural. De modo que es muy posible que una mujer de 30 años que ha de tomar hoy la decisión de congelar sus óvulos o no sea relativamente negligente a la hora de calibrar los pros y los contras que habrá de arrostrar en el futuro si decide ser madre, digamos, a los 45.

Naturalmente, hay otra falacia, mucho más sonora, que está detrás de esta supuestamente “bienintencionada y progresista” medida de Appel o Facebook. Y es la que sostiene que los mejores años de una mujer, los más productivos, son los que corresponden a su treintena, y además cuando no tiene niños que “estorben” su productividad. Se trata de un eslogan economicista cochambroso, pues, de un lado, niega que la madurez aporte valor al trabajo, y de otro, apunta a que los hijos no enseñan nada de importancia que pueda aplicarse en un entorno laboral, sino que por el contrario despistan y entorpecen. Desgraciadamente, desconozco si hay estudios que puedan desmentir esto; pero en mi propia experiencia, en la que he sido responsable de equipos con muchas mujeres con niños, puedo decir que la maternidad centra, encauza emocionalmente, y en general, tiene un efecto positivo en la productividad. La madurez, que tampoco está indefectiblemente ligada a la edad, resulta ser muy rentable; y no cabe duda de que, en términos generales, la maternidad hace madurar.

Hay otra premisa desgraciada que permanece oculta en el razonamiento de esta megacompañías ultramodernas, la cual se nos escapa a menudo por ser un dogma de la mentalidad economicista de nuestro tiempo: que ser productivo es más importante que ser fértil, que nuestra principal contribución a la humanidad sea la que efectuamos como empleados por cuenta ajena, y que todos nuestros roles vitales han de verse supeditados a entregar lo mejor de nosotros mismos (y quede claro que no es cierto que nuestra treintena sea nuestro mejor momento creativo y productivo) a las organizaciones para las que trabajamos.

Un apunte final sobre la libertad que atañe a la ingenuidad. Estas lustrosas compañías bien podrán escudarse en que ellas “solo dan la opción”, de modo que están sumando en todo caso, y en ningún caso disminuyendo derecho alguno. Pero no es cierto. Cualquiera que tenga un conocimiento somero de psicología social, y añadidamente, cierta experiencia en entornos corporativos de este calado, con sus culturas, sus presiones de grupo a la conformidad, sus juicios entrecruzados, etcétera, sabrá que aquellas mujeres que no opten por congelar sus óvulos y decidan ser madres pasarán a ser una segunda división en estas grandes corporaciones, en las que sobre el papel no serán discriminadas, pero en la práctica, por no haber congelado, serán señaladas como menos laboralmente agresivas, menos implicadas (“tus mejores años no nos los darás”), y por lo tanto, menos susceptibles de ser promocionadas, recibir mejores proyectos y superiores salarios, etcétera.

Ya puestos, y para regocijo de los liberales simplones que establecen la ecuación más opciones=más libertad, propongo que las grandes corporaciones ofrezcan a sus empleados que cumplan 60 años la opción de optar por un digno seppukku, a cambio de que sus hijos veinteañeros entren en la compañía. Diremos que es una “medida efectiva para la incorporación laboral de las nuevas generaciones”, que hemos ofrecido una opción que antes no existía contribuyendo a la mayor felicidad de los individuos, y por supuesto lograremos el sueño de las grandes empresas, que no es sino carne fresca que lo dé todo y esté dispuesta a todo a la mayor gloria de los beneficios empresariales, la cotización en bolsa y la expansión multinacional.
david-cerda-y-daniel David Cerdá, Sevilla, 7 de abril de 2015

PARA LEER EN PDF (pp. 7–10): HCH-4-MAYO-2015