El perezoso famoso

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El perezoso famoso, por Juan Guillermo Tejeda

Comentaba Juan Tejeda que el ajedrez es un juego donde los tontos parecen inteligentes y los inteligentes se van poniendo tontos. Hay quienes lo ven como un deporte olímpico. Puede que lo sea. El aspecto de los grandes ajedrecistas suele ser casi más triste que el de los grandes tenistas, y es que concentrarse demasiado en un tablero o en una pelotita produce sin duda una compresión de las habilidades perceptivas y emotivas hasta que el entorno, eso donde vivimos, va desapareciendo, devorado por los gambitos y los errores no forzados.

Marcel Duchamp fue un, digamos, artista aunque sobre todo un ajedrecista. Llegó a participar en campeonatos mundiales en los que obtenía casi siempre los últimos lugares.  A los 40 años declaró que dejaba el arte para concentrarse en el ajedrez.

En verdad lo que dejó fue poco, ya que su infinita pereza lo convirtió en el padre del arte conceptual, sirviendo de ejemplo a innumerables jóvenes que gracias a él han debido afrontar la desdicha de hacer un arte improductivo e inmaterial, huérfano de público.

La nada o casi nada de Duchamp alumbra en cambio el infatigable hacer de críticos, pensadores, filósofos, curadores, curadoras, instaladores, instaladoras, directores de museos, marchands, dealers, profesores, directores de departamentos universitarios, decanos y otros seres espectrales.

Duchamp es el célebre autor de un urinario que no hizo él, de pintarle bigotes a una foto de la Gioconda, de un cuadro único de tipo futurista que sin tener gran encanto ha sido reproducido o citado miles de veces y de hacerse una foto travestido en dama, la célebre Rrose Sélavy y otra con una estrella rapada en el cráneo. Poca obra, en verdad, para una vida larga como la suya (murió en 1968 a los 81 años).

La pereza de Duchamp hace de él el reverso de Picasso, un monstruo devorador, autor de cientos de miles de obras (es una estimación) en todos los géneros y formatos, creador del cubismo, animador de ocho o diez estilos sucesivos a lo largo de su vida, un autor artesano que hizo siempre lo que quiso, y que también ha amargado la vida de tantos jóvenes artistas que comienzan a pintar sintiéndose como Picasso y terminan derrotados y confusos.

Pues bien, viene todo a esto a colación porque en estos dias hay una prolija exposición documental sobre Duchamp en el Museo de Arte Contemporáneo del Parque Forestal, en Santiago. La muestra está muy explicada y documentada, aunque carece de emoción y de obras contundentes, y uno puede mirar en cambio todo tipo de fotos y cartas vagamente relativas a Duchamp. Hay algunas obras menores de Man Ray y de Dalí.

La pereza, en todo caso, no es un vicio. Es un estado natural del ser humano cuando ha logrado encontrar cobijo, sustento y afecto. Duchamp es el raro y luminoso caso de un perezoso famoso.

GUI-ANTONIA-ITAY Juan Guillermo Tejeda, Santiago de Chile, diciembre 2014

(Publicado en el diario Las Últimas Noticias, Santiago de Chile, el 17 de diciembre de 2014)

PARA LEER EN PDF (pp. 9, 10): HCH-2-REVISTA-ENERO-2015